Mientras alguien llora una despedida con el alma hecha nudo, otro destapa una cerveza helada para brindar por un nacimiento. Y no, no es que el mundo esté roto. Es que simplemente… funciona así: sin guión, sin ensayos, desincronizado como un reloj de cocina en una tormenta solar.
La vida no tiene departamento de programación emocional. No se detiene a preguntarte si hoy estás en condiciones de recibir una mala noticia justo cuando te animaste a usar esa camisa nueva o cuando por fin ibas a tomarte un café sin interrupciones. No. Ella llega, sin preguntar. Como esos vecinos que tocan el timbre a la hora de la siesta o como el internet que se cae justo antes de enviar un mensaje importante.
Y ahí estamos nosotros: seres humanos, neurodivergentes o no, tratando de entender cómo es posible que una misma calle vea pasar un cortejo fúnebre y, cinco minutos después, a un grupo celebrando una boda. Uno con flores de luto, otro con pétalos de rosa. Ambos con lágrimas, aunque de distinta temperatura.
¿Acaso está mal reír mientras otros sufren? ¿Sentirse triste en medio de una fiesta? No, eres un ser humano. Ademas la vida no es una serie de Netflix con música de fondo que te avisa cuándo sentir. A veces, el dolor y la risa comparten sofá. A veces, en una misma hora te partes de risa… y luego te partes el alma.
Hoy alguien sopla velas con deseo. Otro las enciende en memoria. Y en medio de esas dos acciones, estamos tú y yo, tratando de que no se nos queme el corazón con tanto incendio emocional ajeno y propio. Porque, aceptémoslo, el universo tiene la coordinación emocional de una cabra con resaca. Y si tú esperabas orden, cariño, te equivocaste de planeta.
¿Conclusión? No hay. Ni falta que hace. La vida no se trata de entenderla todo el tiempo, sino de sentirla con respeto, vivirla con humor, y llorarla con ternura cuando duela.
Así que ríe cuando puedas, llora cuando salga. Y si no sabes qué sentir, haz una pausa… y cómete un postre. Los postres no solucionan nada, pero nunca te preguntan si estás bien antes de abrazarte con azúcar. Y eso, a veces, es más de lo que muchas personas ofrecen.
Sigue. A tu ritmo. Con tus emociones mezcladas como playlist sin filtro. Porque esta vida es eso: una tragicomedia divina, absurda, impredecible… pero tuya.