No, no es una pregunta religiosa.
Es una invitación a mirar distinto.
Porque Dios —la vida, la luz, lo sagrado, como tú quieras llamarlo— no siempre se presenta con rayos celestiales ni grandes señales.
A veces se asoma en lo más cotidiano. En lo que damos por hecho. En lo que pasa desapercibido.
Hoy, lo vi en el vapor tibio de mi café.
En ese primer sorbo que me recordó que aún respiro, aún siento, aún tengo un día más.
Lo sentí en el canto desafinado de un pájaro que parecía tener prisa por ser feliz.
En el abrazo mental que le envié a alguien que extraño.
En el simple hecho de estar viva, aun con las cicatrices, las dudas, y este corazón que se niega a dejar de sentir.
Vi a Dios en la mirada de una vecina que ya no saluda tanto como antes, pero que me regaló una sonrisa que no pedí.
Lo sentí en ese instante en que me detuve para mirar al cielo sin razón, solo porque sí, porque algo me lo pidió por dentro.
A veces creemos que necesitamos pruebas. Milagros.
Pero tal vez el milagro es que, con todo lo que pesa la vida, aún tenemos la capacidad de asombrarnos, de agradecer…
de preguntar, como ahora:
¿Dónde viste a Dios esta mañana?
Y si no lo viste, quizás es hora de mirar con otros ojos.
Los del alma.
Los del silencio.
Los de quien aún cree que hay belleza escondida incluso en los días más grises.
🖋️ Escrito por una alma curiosa, con cicatrices que aprendieron a brillar y con la convicción de que Dios también habita en las grietas. Gracias por leer hasta aquí. Te invito a mirar distinto, a sentir profundo y, si quieres, a contarme: ¿dónde viste a Dios tú esta mañana?