Aferrarse a algo que ya no está vivo es como seguir regando una planta de plástico.
No florece. No crece. Solo agota.
Pero el apego es terco.
Te susurra que si sueltas, te pierdes.
Que si te alejas, te vacías.
Que si dejas ir, te quedas sin nada.
Y aunque a veces sentimos que soltar equivale a rendirse, lo cierto es que hay batallas que solo se ganan bajando la espada.
Desde la psicología, el apego nace del miedo.
No del amor, como solemos creer.
Cuando niños, aprendemos —sin saber que estamos aprendiendo— que el amor puede doler, que puede desaparecer, que hay que ganárselo.
Y así crecemos, creyendo que si algo o alguien se va, somos nosotros los que fallamos.
Entonces nos volvemos expertos en sostener lo insostenible.
Relaciones caducadas, trabajos que asfixian, amistades por compromiso, ideas que ya no nos representan…
Todo, con tal de no enfrentar ese silencio que deja el vacío cuando algo termina.
🧠 ¿Cómo se siente el apego en el cuerpo y la mente?
- Como un nudo en el pecho cuando esa persona no responde.
- Como ansiedad al imaginar escenarios de abandono.
- Como una necesidad de agradar, incluso sacrificándote.
- Como celos disfrazados de amor, o culpa disfrazada de fidelidad.
- Como ese «mejor malo conocido» que justifica cualquier cosa, menos tu paz.
Y aquí entra el humor sano, porque seamos honestos:
¿Quién no ha stalkeado a alguien como si estuviera haciendo trabajo de campo para la Interpol?
¿Quién no ha intentado «manifestar» a una persona que claramente no quiere estar?
¿Quién no ha confundido “le importo” con “me necesita porque sin mí no sabe qué hacer”?
Nos pasa a todos.
El apego es parte del paquete humano.
Lo importante no es eliminarlo —porque no se trata de volverse de piedra—,
sino aprender a diferenciar entre el deseo legítimo de compartir…
y el miedo disfrazado de amor.
🌱 Soltar no es olvidar.
Es recordar sin lastimarse.
Es mirar con cariño lo que fue, y caminar con dignidad hacia lo que será.
💡 La verdadera pregunta no es:
¿Por qué no puedo soltar?
Sino:
¿Qué estoy evitando mirar dentro de mí, que hace que me aferre afuera?
Y cuando empiezas a trabajar esa respuesta con honestidad,
cuando te sientas contigo sin tanta exigencia y sin tanto ruido,
descubres algo poderoso:
que tu valor no depende de lo que sostienes…
sino de lo que eres, incluso cuando no sostienes nada.
✨ Porque a veces, el acto más valiente no es resistir,
sino decir: “Esto ya no me refleja. Y merezco crecer sin cadenas.”
Foto de Eduardo Barrios en Unsplash