No hay peor enemigo que quien finge ser tu amigo

Una mirada desde el corazón autista hacia las falsas apariencias


¿Alguna vez te abrazaron con una sonrisa tan cálida que casi olvidaste que hacía frío… hasta que te diste cuenta de que era puro teatro?
Así se siente la traición cuando eres autista.

Ser autista es como tener el mapa equivocado en una ciudad donde todos parecen conocer atajos invisibles. Mientras los demás se mueven con soltura por normas sociales nunca dichas, yo me detengo a leer cada gesto, cada pausa, cada palabra… solo para descubrir que muchas estaban escritas con tinta invisible.

Y en ese esfuerzo constante por entender y conectar, aparece alguien con una sonrisa fácil, una frase reconfortante y promesas de comprensión: “yo sí te entiendo”.
Ahí, una se rinde un poco. Abre la puerta. Comparte el té y, sin saberlo, le ofrece al otro la llave de lo más frágil: la confianza.

Pero cuando esa sonrisa resulta ser un disfraz, la caída no solo duele.
Desorganiza todo el sistema de navegación emocional.
Y lo que era confusión se convierte en auto-duda:
“¿Fui yo? ¿No lo vi venir? ¿Cómo no me di cuenta?”

Porque sí, cuando eres autista, la intuición social no siempre trae GPS ni alertas de peligro.
Y ahí es donde se filtra el veneno elegante: en la amabilidad maquillada, en los gestos prestados, en esas frases que parecen abrazarte… mientras te vacían por dentro.

Y lo peor no es el golpe.
Es la duda que siembra en ti.
Dudar de tus sentidos, de tu percepción, de tu capacidad para conectar.
Eso sí que es traición de alto nivel.

Pero, afortunadamente, la vida no solo enseña con palos: también con luces.
Y con el tiempo —y un poco de ironía— he aprendido a mirar con más calma,
a escuchar lo que no se dice,
y a darme cuenta de que la amistad verdadera no brilla… pero ilumina.
No se adorna, pero se queda.
No te pide que cambies, ni te hace sentir que tu forma de ser necesita instrucciones de uso.

Ahora sé que hay quienes te miran como eres y no quieren arreglarte ni entenderte: solo quieren acompañarte.
Y que esos valen más que mil promesas envueltas en celofán emocional.

Así que sí, no hay peor enemigo que quien finge ser tu amigo,
pero también te digo esto:
no hay mejor escudo que conocerte y quererte lo suficiente como para no dejar que esa farsa te defina.

Con menos gente, pero más verdad.
Con menos ruidos, pero más paz.

Hablar de lo que duele también es una forma de sanar… y de encontrar a quienes no necesitan máscaras para querernos de verdad.

¿Alguna vez confiaste en alguien que solo fingía estar ahí para ti?
¿Cómo aprendiste a reconocer la diferencia entre una amistad verdadera y una sonrisa disfrazada?



Ninoska

«La escritura no es solo un refugio.
Es un acto de resistencia silenciosa.
Una forma de respirar cuando el mundo aprieta el pecho.
Una grieta luminosa en medio de la sombra más densa»


Ninoska.

Enlaces sociales


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *