Una reflexión honesta sobre el pasado, la resiliencia… y el humor que nos salva del drama eterno.
Podría decirte que no me arrepiento de nada porque “todo me enseñó algo”, pero no vine a servirte frases de taza de café. La verdad es que sí, algunas cosas dolieron tanto que todavía me tiemblan los recuerdos cuando las nombro.
Y aún así, no me arrepiento.
Porque incluso esas heridas torpes —las que ni sabían por qué sangraban— me enseñaron a coserme con hilo fuerte. Hilo grueso, resistente, a prueba de caídas y de promesas rotas.
No me arrepiento de haber confiado en quien no supo sostener mi alma.
Ni de haber dicho “sí” mientras aún aprendía a decir “no”.
No me arrepiento de haber sido ingenua, emocional, intensa… intensa otra vez (porque sí, repito errores como quien se repite un postre sabiendo que luego le va a doler el estómago).
Fui lo que pude, con lo que tenía.
Y lo que tenía no siempre era mucho. A veces solo contaba con una sonrisa incómoda, una fe malherida y un par de mecanismos de defensa con patas chuecas. Pero caminaban. Me llevaban. Y eso ya era algo.
La vida no se trata de hacer todo bien, sino de no rendirse cuando todo se va por un precipicio.
Me reconstruí tantas veces que perdí la cuenta. Enterré versiones mías sin tiempo ni permiso para hacerles duelo.
Fui fuego.
Fui cenizas.
Y muchas veces, solo humo buscando una salida.
Hoy miro hacia atrás sin romantizar y sin negar.
Mi pasado no es perfecto. No es un cuadro digno de museo.
Pero es mío.
Es mi autorretrato en proceso: con tachones, manchas, errores de cálculo… y valentías que nadie vio. Con silencios que dijeron más que mil discursos.
Y si algo aprendí —a fuerza de terapia, lágrimas, y memes terapéuticos— es esto:
No hay que pedir perdón por sobrevivir a tu manera.
Ser resiliente no es volver a ser como antes, sino permitirte ser nuevo sin olvidar lo vivido.
Así que no, no me arrepiento.
Porque incluso mis versiones rotas me trajeron hasta aquí.
Y si alguna vez me vuelvo a equivocar, ojalá sea por seguir el corazón, no por callarlo.
Prefiero una cicatriz con historia que una perfección sin vida.